La tienda de aceite y vinagre más antigua de Canarias no tiene cartel, ni falta que le hace, todos saben perfectamente donde está la tienda de Polo, que lleva abierta más de 100 años y con los mismos dueños fundadores. “No hace falta que te diga dónde es, tú le preguntas a cualquiera que dónde es la tienda de Polo y te traen a aquí, porque hasta los extranjeros de La Aldea ya saben donde estamos”. Esta pequeña tienda en La Aldea de San Nicolás estaba antes que la calle misma, solitaria en un barrio que ha ido creciendo con los años a su alrededor.
Tras el mostrador ahora está Pedro Castellano, que lleva la tienda con ayuda de su hermano Nicolás, “no por un salario, ni mucho menos, sino por algo mucho más importante, mantener el negocio vivo y a mi padre contento”. Polo, como llama todo el mundo a Manuel Castellano, tiene 91 años y mucho que decir aún en la tienda, por la que pasa por frecuencia porque “le da la vida”.
Él es “un documental de historia de carne y hueso”, bromea su hijo, y es que la tienda y su familia han vivido más de lo que podrían contar en una tarde. La tienda de Polo, que fundó su abuelo, ha sobrevivido a una guerra y a los pesares de la postguerra y ahora también a una pandemia y un confinamiento. Han sido tiempos difíciles, cada uno vivido por una generación, pero no hay momentos duros que puedan con el tesón de los Castellano.
Durante el confinamiento por la Covid-19, Pedro se encargó de que no faltase de nada, y pidiéndole un furgón a Juan Tomás ‘el carpintero’ consiguió que este pequeño establecimiento estuviese abierto y abastecido contra todo pronóstico.
En el confinamiento Pedro se encargó que no faltase nada
Antes, esta era la única tienda del pueblo, y los clientes hacían cola amarrando sus burros o a pie para comprar comida, venían desde Tasarte y Tasartico, recuerda el patriarca. La tienda “estaba aquí antes de la carretera, todo llegaba de Tenerife por el puerto” y había veces en la postguerra que “no había de nada”.
Con el racionamiento de la Guerra Civil, esta tienda tenía el 80% de los productos para su gente, y era donde se pegaban los cupones de los libros de registro y se ponían al día las cartillas. No solo ha pasado por la tienda de Polo hasta tres generaciones de La Aldea, sino todas las monedas, duros de plata, perras negras, reales, perras blancas, pesetas y euros. Los clientes ahora son de todo tipo, y a los de toda la vida “voy a buscarles nueces a Alaska si hace falta”, bromea Pedro.
Ellos y ellas son fieles a esta pequeña tienda, que guarda en sus vitrinas toda la historia de Canarias. El suelo, de siempre, sus paredes, centenarias, y su secreto, la “simpatía educada” con la que atienden a todo aquel que cruza la puerta.
Pedro lleva ya 31 años al frente del negocio y asegura que para encargarse de la tienda “hay que vender, atender, y ser un poco psicólogo y psiquiatra también”. Lo ha aprendido todo de su familia, y “de la experiencia, que es también una buena escuela”. Él tiene ese encanto y esa labia para darle conversación a cualquiera, y es que son pocos los que entran y no se dejan conquistar por alguna de las curiosidades de este pequeño establecimiento de La Aldea.
Los turistas, “se quedan encantados”, porque cada foto y cada poster, cada producto, cuenta un poco de todo lo vivido desde que se fundó hace ya un siglo. De entre todas las imágenes “no hay ninguna de fútbol”, puntualiza Pedro, sino toda una serie de imágenes con las que “quien más quien menos se siente identificado”.
Una de las fotos en blanco y negro que cuelga de su pared es especialmente simbólica, en ella su padre, jovencito, posa junto a dos amigos sentado sobre el mostrador.
Polo tiene 91 años, y mucho que decir aún en la tienda
Los primeros tabacos, planchas antiguas, una calculadora mecánica, y toda una serie de detalles hablan de una tienda que es embajadora de un pueblo y de sus habitantes. “Aquí nos conocemos todos, asegura”, y eso “para bien o para mal” es una de las señas de identidad de la familia, a la que todo el mundo le regala un saludo allá donde van. Venden fruta a unos cuantos clientes que “nunca fallan”, además de tabaco, chocolatinas y bebidas alcohólicas y refrescos, entre otro sinfín de cosas. “No ganamos mucho, tenemos buenos precios para llamar a los clientes” y “con eso escapamos”, asegura.
Antes que Polo estuvo su padre, que ya vendía comida, zapatos, veneno, aceite, azúcar, millo, motores y bombas para los pozos y una cosa muy importante en aquella época, los fósforos, como narra el mismo Polo, con 91 años y con una memoria prodigiosa.
El secreto de Pedro, la simpatía educada
Polo fue “hasta banquero”, en una vida marcada por el trabajo humilde, que ahora han heredado dos de sus cuatro hijos. “Se nos conoce por ser buena gente”, celebra, que es algo que tiene “mucho más valor que el dinero”.
Tan histórica es la tienda, que los colegios la usan para conocer “la vida de antes”, como señala Pedro. A el gerente de la tienda de Polo le encanta ese momento. “Los niños son la inocencia, me encanta cuando vienen a visitarnos” y así “aprenden cómo se hacían las cosas antes”. Es su momento favorito, confiesa, y algo que le llena de vida y que puede disfrutar gracias a la tienda, que es historia, presente y futuro.
Un pequeño árbol de Navidad que se enciende cada día, unas lámparas hechas a mano “con sombreros que no vendía”, maletas de los años 50, una lámpara de aceite, y botellas antiguas captan las miradas más ávidas. “Hay cosas de toda la vida en la tienda, también en el almacén”, y es que en este pequeño local “hay miles de historias”. Esta tienda “no es un museo, es una historia viva”, que cada mañana abre sus grandes portones.
“Si nos toca una quinielita contratamos a algún trabajador de confianza que garantice que este negocio no cierre sus puertas y siga por muchos años más”, aunque por ahora “tiramos con lo que tenemos”.
Hay tiendas de aceite y vinagre de muchos años de historia, pero que ya no “tienen los mismos dueños como la tienda Ca’Polo que tiene la suerte de seguir sumando años en las manos de los Castellano”. Pedro estará tras el mostrador hasta que pueda, “yo no seré eterno pero esperemos que la tienda sí” y nos sobreviva a todos, confía.
La tienda tiene las cosas de toda la vida
*Reportaje gráfico y video: Arcadio Suárez
**Texto: Laura Bautista