Olga Torres enciende máquinas en la calle Primero de Mayo 148 de Vecindario todos los días a primera hora desde hace décadas. Con más de 43 años de experiencia en el oficio del gofio, que aprendió de sus suegros, ha sido capaz de trasmitir su pasión a una tercera generación, la de sus hijos, que ahora trabajan con ella cada día en la Molinería Pérez Gil.
Diariamente y según demanda, los Pérez ponen en marcha sus cuatro molinos para surtir de “gofito” como lo llaman cariñosamente, a su clientela. Expédito es la segunda generación de un negocio que fundó su padre en 1949 y del que aprendió también su esposa Olga Torres con los años. De forma tradicional, a mano y como toda la vida, esta es una de las últimas familias molineras de la isla que mantiene la pasión por el producto de calidad, mimado y con cariño.
El secreto de su gofio, en cambio, traspasa las fronteras del archipiélago. La materia prima de la Molinería Pérez Gil es el millo argentino, un producto que cruza el Atlántico para surtir a los canarios de sus recetas tradicionales. “Aquí hace años que no se planta el millo suficiente”, explica Olga Torres, por lo que su negocio tiende un puente hasta Sudamérica para unir dos continentes en un mismo oficio.
El esmero es una de las claves del proceso
Recepcionar el trigo, picar la piedra, afilar las picaretas, limpiar el grano en crudo, pasarlo a los silos, separar una parte para tostar, dejar enfriar, volver a limpiar, pasarlo al molino, moler y tras un par de días de enfriado, a empaquetar y distribuir en sacos para la venta. El esmero y el mimo que se le da al proceso es una de las claves de este negocio familiar que le pone corazón a cada gramo de producto.
Desde que José Pérez Gil, fundador del negocio, ofrecía roscas y gofio a los niños y niñas que pasaban hambre en tiempos de posguerra, la pasión se mantiene. El molino original en Santa Lucía es ahora el Museo del Gofio, pero eso no ha parado la producción, que se trasladó hace más de 39 años a Vecindario para seguir llenando sacos de esta tradición.
La Molinería Pérez Gil, en su local en Vecindario y heredera de la original del Doctoral, es la única existente desde Telde a La Aldea de San Nicolás. Entre 10 o 12 sacos suelen venderse al día, además de sobres individuales que se lleva quien pasa por este local “y se lo lleva recién hecho”, y los de 25 kilos para la gran distribución.
Desde colegios a supermercados, restaurantes, hoteles, toda la isla tiene gofio de la Molinería Pérez Gil. Este año de pandemia “ha sido difícil para todos, también para nosotros”, afirma, aunque agradece haber podido salir adelante a pesar de todo. Los colegios cerrados y los hoteles en cero turístico también han afectado a este negocio familiar, que surte a niños y niñas canarios y también a quienes visitan la isla. “Ha mermado la producción y la venta, pero en unos meses esperamos que todo haya vuelto a la normalidad”, confía Olga con sus mejores esperanzas puestas en septiembre.
Ante las dificultades, Olga Torres ha asegurado que hay algunos que no han fallado, los clientes particulares de siempre. “Nuestros clientes llevan viniendo a comprar gofio toda la vida, son parte de la familia aunque no lleven nuestro apellido” y por eso los tratan como tal, porque “sin ellos esto no sería posible”, asegura agradecida.
“Es un trabajo muy laborioso”, confiesa, “aunque una vez hecho es muy bonito”, al igual que poder recibir a los clientes nuevos y de siempre cada semana. “Este es un negocio familiar, y quienes vienen a comprar también son parte de él”, y se lo agradecen “porque vienen de muchos puntos de la isla a vernos”.
Quizás es esta cercanía y la lealtad del cliente lo que ha garantizado que este oficio tenga relevo generacional, aunque para Olga debe ser una mezcla de varias cosas. Sus hijos, Idaira, Adrián y Mireia Pérez Torres empezaron en el negocio cuando sus padres necesitaron una mano y ya nunca se marcharon.
Nos vienen a comprar de muchos puntos de la isla
Olga llevaba a sus hijos al molino con “apenas 41 días de nacidos”, recuerda, por lo que se han criado entre los silos y llevan de una forma u otra dentro del negocio toda una vida. Ellos ya llevan más de 10 años trabajando con ella en el molino y los cinco trabajan juntos mañana y tarde. “Se quedaron en el negocio”, explica, “les gustaba y decidieron seguir”.
En su casa, como no podía ser de otra manera “somos muy de gofio”, y cada uno lo toma a su manera. Con portaje, con caldos, en pella, para mezclar con leche o “fresquito con un yogur de fruta”, como relata, para un frangollo tradicional, con un plátano maduro para hacer una papilla, con batidos de frutas, en un estofado o carne en salsa… en un momento a Olga se le ocurren decenas de platos en los que el gofio es un imprescindible.
Es “muy nutritivo, muy completo y muy sabroso”, asegura, pero no solo lo piensa ella, también los turistas que van hasta Vecindario a hacerse con unos saquitos para llevarse. Los alemanes e italianos vienen a buscar el producto que hacen con esmero en la Molinería Pérez Gil y además, es la ingrediente estrella de los helados de gofio que hacen en sus países.
Molinería Pérez Gil consigue llegar lejos y es que “es un gofio de categoría”. Algunos de sus clientes “se lo llevan calentito, recién molido”, otros prefieren llevárselo en sacos o en paquetes de en torno a un kilo. “En la variedad está el gusto”, asegura, y es por eso por lo que producen varias variedades.
El tueste natural es el que más se vende, el favorito, con sabor más dulzón. El “amarillito”, como lo llama Olga, tiene en el corazón “un poco más de grasa y de azúcar” por lo que suele gustar más, aunque ella se decanta por el más tostado. “El quemadito” es el que le gusta a ella, con un sabor más peculiar y auténtico, un poco más amargo que el natural, pero más sabroso.
Lo hacemos con cariño, como para llevárnoslo nosotros a casa
“Hay a quien le gusta más uno u otro, por el sabor o por las características que tiene”. El amarillo o natural es más dulzón pero el tostado es más digestivo, y por su bajo contenido en azúcar es más adecuado para los diabéticos, que aún teniendo que restringir el consumo de gofio se pueden permitir tomar un poco de este. También para los niños más pequeños, hasta los cinco meses, o para quienes son más delicados de estómago es más digestivo.
El gofio de millo de Molinería Pérez Gil es sin gluten, por lo que los amantes del gofio y celiacos tienen una parada obligatoria frente a la Iglesia de San Rafael, Primero de Mayo esquina con la Avenida de la Unión. “Lo hacemos con todo el cariño del mundo, como si cada gramo fuese para llevárnoslo nosotros mismos a casa”.
Edición: Laura Bautista.
Fotografía y video: Arcadio Suárez