Bodega Ventura: vendimia de premios para una plantación de 80 años

Para Javier Ventura el secreto de años de premios está en sus viñas octogenarias, como las define, en una palabra que usa con admiración, con cariño y respeto. “Estas parras tienen más años que yo”, bromea. Y es verdad, porque la familia Ventura recoge ahora lo que dos generaciones atrás se plantó en una ilusión que se convirtió en profesión. Javier heredó la pasión por el vino de su abuelo, el artífice de esta aventura que más de medio siglo después sigue dando frutos.

“Lo hacía por ocio, un entretenimiento suyo” y lo que empezó como hobby ahora alimenta a su familia. Alfonso Ventura, abuelo de Javier, era un aficionado al vino, al buen vino, y eso también lo heredaron los Ventura junto a la finca del camino de Los Olivos. “Al final no es cuando empecé, es que yo llevo toda la vida aquí” porque entre vendimia y vendimia es donde se crió Javier.

No estudió pensando en el vino como su futuro, pero tenía claro que debía mantener viva la finca. Un amigo le animó a dar este giro a su vida y “una cosa llevo a la otra y al final, pues mira, aquí estamos”, bromea. Un salto, una apuesta arriesgada pero exitosa le llevó a regentar la bodega Ventura y los vinos Eidan.

“Trabajar al aire libre, con la naturaleza, en prácticamente mi casa, eso no se paga con dinero”, celebra. Admite que es sacrificado, pero gratificante. “Hay trabajo en todo el proceso, es cuestión de detalle, de mimo, de esmero” pero sobre todo “en la viña, ahí es donde hay más horas” porque cuidar de estas octogenarias lleva su tiempo.

Todo el proceso es cuestión de mimo, de esmero

 
 

 

 

 
 
 

“Una buena materia prima es cuidar mucho de ellas y, en definitiva, lo que marca el éxito”, además del suelo, que “le da ese toque diferente al vino, que se nota”. La uva antigua, el trato en bodega, el envejecimiento en roble francés, es todo un proceso, detalla.

El secreto del vino Medalla de Oro Cru-z Listán Negro, Eidan Tinto y Eidan Blanco Seco en el International Wine & Spirits Awards 2022 está en las raíces, en ese material volcánico que arropa las parras, en la altitud, el clima, la consolidación de en el terreno, un puzle que resulta en un vino que “hago a mi gusto”, confiesa. Entre picón, reductos de acebuche y palmeras, crece un vino con personalidad, y elegir uno como favorito, “es imposible”.

Javier confiesa que no puede decantarse, “el vino son momentos”, y en base a ellos la vida le sabe a tinto o a blanco, a vino joven o envejecido, o a veces semidulce.

El secreto está en el picón, el clima, la altitud..

Esta bodega la lleva él junto a su padre, Alfonso Luis, que le echa una mano, también su hijo, de 9 años, que ayuda en lo que puede. “Le gusta”, asegura orgulloso, aunque aún es demasiado joven para decidir su futuro. “Debe dedicarse a lo que le guste, al vino o a lo que él quiera” aunque confía “en que pueda mantener viva la finca, eso sí”, tal y como ha logrado la familia a lo largo de los años.

Con apenas 9 años Eidan ya tiene su propio vino, una mirada al futuro y un paso a la que será una cuarta generación “si él quiere”, puntualiza Javier.

 
 

 

 

 
 

Parecen pocas manos para una bodega, pero en cada vendimia se suman los esfuerzos de la familia que se elige. “Hacemos una pequeña fiesta y los amigos y amigas ayudan a recoger la uva”, y entre manos amigas surge la magia, un vino de concurso. Javier Ventura es uno de los pocos viticultores que sigue trabajando la tierra, creciendo año a año gracias al talento de sus vinos.

Recolectamos el premio de todo lo que sembró mi abuelo

Sus instalaciones, de 5 hectáreas con una y media de plantación es modesta, pero tiene un carácter especial al que él y su padre imprimen su sello personal. Este nuevo estilo en vinos blancos, dulces y tintos, están bañados por la historia del Monte Lentiscal, y también por la región montañosa en la que han echado raíces.

La pandemia fue dura para la venta, pero bueno “para el campo fue mejor, más tiempo para atenderlo”, explica con positividad. Pasar el confinamiento en la naturaleza fue una de esas cosas buenas que rescata del cierre por el virus, que puso a prueba la fortaleza de una empresa joven con mucha vida. Su mejor cliente, el cercano. “En Santa Brígida es donde mejor se vende”, asegura, aunque sus vinos también pueden encontrarse en tiendas especializadas y en restaurantes.

Al año, unas 6.500 botellas del Eidan tinto con listán negro y babilla, el blanco semidulce con listán blanco, malvasía volcánica, moscatel de Alejandría y forastera blanca, y el Eidan dulce con moscatel de Alejandría.

Este es “un negocio familiar”, apunta con humildad, “tengo la suerte de recolectar los premios que sembró mi abuelo” varias generaciones atrás, bendecidas por el Paisaje Protegido de Pino Santo y Tafira. También hay plantaciones nuevas, que espera que nuevas generaciones recojan algún día, “mecanizadas y adaptadas a los nuevos tiempos”. El campo “tiene sus horas” y él y su familia está “cuando hay que estar”. Ahora que la vendimia ya ha empezado, llega el ajetreo y la ilusión por una nueva remesa. “Este año se viene bueno”, celebra.

En Santa Brígida, donde mejor se vende

 
 

 

 
 
 

*Vinos de Bodega Ventura en el Mercado Digital ‘Gran Canaria Me Gusta

 
**Texto: Laura Bautista
/ Fotografía: Arcadio Suárez