Dulcería Benítez, 80 años endulzando la tradición de Teror

A las 9 horas de la mañana la Dulcería Benítez en la calle Nueva de Teror sube la persiana, tal y como ha hecho por más de 80 años. Se encienden hornos, fogones, cámaras frigoríficas y se enharina la mesa de cortar. Un olor inconfundible se escapa de la trastienda del número 21 de esta céntrica calle, la mejor publicidad que tiene esta dulcería, casi tan de Teror como la Virgen del Pino.

Desde que los Benítez decidieron dedicar su vida a la “felicidad” de hacer dulces, este local de Teror no ha cesado nunca en su compromiso con un pueblo que ha visto crecer a tres generaciones de esta familia tras el mostrador. El secreto del éxito, harina, huevo, mantequilla, azúcar y las recetas de la abuela Benítez, que han permanecido tal y como las escribió haciendo las delicias de media isla. Él, panadero del pueblo y empresario, ella, madre de una familia de 8 hijos y “con buena mano pastelera”, fue la artífice de “la magia” del negocio.

“La Virgen del Pino, el Chorizo y los dulces de los Benítez”, bromea Abián, representante de la tercera generación genealógica, y cuarta en efecto en ponerse al cargo de esta dulcería. Aunque él se colocó tras el mostrador de la pastelería el pasado mes de agosto de 2020, ha crecido tras él como atestiguan las fotografías del establecimiento, que hablan de sus abuelos, sus padres, sus tíos y él mismo hace más de 10 años en la misma tienda.

Bodas, cumpleaños, celebraciones y diplomas firmados en los 70, además de una insignia de oro del Ayuntamiento de Teror demuestran el paso del tiempo ante un negocio que no sufre de arruga.

“Me han propuesto llevarla a Las Palmas, pero no. Dulcería Benítez es Teror y Teror es los Benítez, ligados al pueblo por algo que es más que un producto”.

 
 

 

 

 
 
 

Hacerlo todo como siempre, como a la gente le gusta, a mano, sin maquinaria y con productos frescos “con las manitas y al horno”, detalla Abián. Así ha logrado Dulcería Benítez conquistar a los golosos de cuatro generaciones en Teror y media isla.

Ahora, con Abián, el siglo XX y XXI conviven en un local que sigue teniendo sus herramientas, prensas, cortadoras e instrumentos originales a la vista, a la vez que incorpora nuevas recetas y nuevos gustos a su vitrina. Dulcería Benítez sigue avanzando y adaptándose, repartiendo ahora a Santa Brígida, Firgas, Artenara y varios municipios “para que todos los bares tengan dulces”, sin cambiar lo de siempre pero mirando hacia lo nuevo, explica Abián.

Así ha aterrizado en las redes sociales, ha sumado a las truchas de batata, los bizcochos, milhojas o el ‘huevo frito’ nuevas recetas de cookies, semifríos y croisanes y ya tiene planes de seguir creciendo en Teror, esta vez con una zumería para desayunos y meriendas. La idea es “crear algo bueno y rico que le guste a todos, hecho a mano e innovando” y así “probamos y lo que funciona se queda”, detalla. “A nadie le amarga un dulce, y los Benítez llevamos 80 años endulzando la vida de Teror y media isla”.

80 años ‘endulzando’ a media isla

Abián confiensa que aterrizó en la dulcería Benítez hace 11 meses y en un tiempo algo complicado. La tienda tuvo que cerrar sus puertas por primera vez en 80 años a causa del confinamiento de la Covid-19, un tiempo de incertidumbre, con sus empleados en ERTE y la duda del relevo generacional. Sin embargo, a pesar de las dificultades, siempre hubo “más decición que miedo” y nadie dudó que la dulcería volvería a abrir sus puertas tan pronto como le fuera posible, asegura.

Durante el cierre y siempre pendientes de las noticias se cocinaron en el horno nuevos proyectos, recetas, y un giro inesperado en la trayectoria profesional de Abián Benítez, que garantizó la pervivencia de una de las dulcerías más antiguas de Teror. “Estudié ingeniería y después de 7 años estudiando me vi dando bandazos, sin saber muy bien qué hacer y hasta en 4 trabajos diferentes en los que no estaba del todo cómodo”. Cuando su familia le ofreció ponerse al frente de Dulcería Benítez, “ni lo dudé, para mi era una gran oportunidad”.

 
 

 

 

 
 
 

Ahora a la espera del turismo, al que “siempre les gusta una tradición” se mantienen con el cliente local porque “en reuniones con tu gente una bandejita de dulces siempre pega”, por lo que no les ha ido mal a pesar de todo. Como asegura Abián Benítez, este es un trabajo bonito y una experiencia “gratificante”, pero también “de gran responsabilidad”.

Sonríe bajo la mascarilla, cierra con mimo los paquetes, saluda a todo el que pasa y el que entra en el local, se nota que se siente como en casa. Abián Benítez no está solo en esta aventura, le acompaña su madre Teresa y una familia que no es la suya pero la siente así. Luisa lleva 40 años trabajando con ellos, desde los tiempos de su abuela.

Teresa, Luisa, Rabí, Rafael, Loli, Kilian…

El equipo de siete también lo integra la mano que hace las tartas, las bases, los rellenos, Rabí, maestro pastelero e hijo, a su vez, del pastelero de toda la vida. Rafael se encarga de los hojaldres, corta y rellena, mientras que Loli les ayuda con la limpieza y Kilian, la última incorporación, echa una mano en todo lo que es necesario.

Al día se cocinan en los fogones de la Dulcería Benítez unas 600 piezas, muchas de ellas a la espera del fin de semana y muchas que caen entre semana. De todas ellas, Abián Benítez se decanta por el ‘pañuelo’, un dulce de toda la vida que merece la pena probar, asegura.

 
 

 
 

Conozca más sobre Dulcería Benítez, en Teror, isla de Gran Canaria.

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*Texto: Laura Bautista
**Fotografía y vídeo: Arcadio Suárez