El fotógrafo Tato Gonçalves pasea por su exposición bajo el mar que suena de fondo. Va posando su mirada foto a foto. Se entrelazan entre sí como un poema. Son más de 40 años de experiencia, aunque siempre humilde asegura que el fotógrafo no siempre nace, se hace. “Se nace con la inquietud, el resto es aprendizaje”, afirma.
Quizás fue esa inquietud la que vio su padre cuando con 16 años le compró su primera cámara de fotos y una ampliadora. Entonces ninguno de los dos se podía imaginar que esa sería su pasión y el trabajo de toda una vida. Desde ese momento, la fotografía le atrapó.
“Ver el negativo, ponerlo a revelar y que se convierta en la foto, esa magia de ver aparecer la imagen” es algo que a día de hoy aún le pone la piel de gallina. Han pasado varias décadas desde entonces, pero su pasión permanece intacta.
Son más que imágenes, es el lugar, el contexto, el momento, lo que transmite y lo que se esconde tras lo obvio. A veces, su mirada se posa en el horizonte, y sin saberlo dispara por instinto. Ese pálpito le llevó a la foto que más le gusta de la exposición, un trampantojo de ‘Coraza salada, dulce corazón’, porque la mirada de Tato ve los paisajes en encuadres, ve lo que otros no ven, y es capaz de atrapar la esencia que se esconde tras la imagen.
Su complicidad con el paisaje de Gran Canaria es un trato de tú a tú, y cuando repasa cada foto expuesta en la pared se detiene para saborear el texto que la acompaña. “Marejada de la noche, enredadera de sueños, caballos de espuma blanca cabalgan sobre tu pecho…” relee con atención. Las palabras de Selena Millares dan voz a unas olas que se desdibujan en el horizonte, como el tándem perfecto entre lo artístico y lo reflexivo.
El canario siempre busca el mar, defiende Tato, y a la orilla del mar sacó sus primeras fotografías.
Tato Gonçalves fotografía la isla, pero también los colores del vino, y hasta los “olores” del queso, esos personajes únicos que dominan las cumbres y cuidan del paisaje desde las colinas, y hasta a animales autóctonos en el ‘Arca de la Atlántida’ que no solo ha dejado un legado inigualable sino un sinfín de anécdotas que al recordar dejan en evidencia lo mucho que le gusta su trabajo.
La fotografía le ha dado no solo una profesión sino la posibilidad de “desinhibirse” porque, aunque es difícil de creer, se confiesa como una persona tímida. Lo mejor de este oficio, “el aprendizaje”, asegura, parte indispensable de su modo de vida, curioso e inquieto.
Su trabajo le ha llevado a entrar en las entrañas de Gran Canaria, a escalar sus crestas, a descubrir los escondites más recónditos de una naturaleza secreta. Él ve en la pared de una presa el esfuerzo de quien piedra a piedra construyó un monumento al agua, en una fuente ve la magia de su movimiento enigmático y en los estanques ve escaleras de bajada a una cultura por redescubrir. Posiblemente haya recorrido cada rincón de Gran Canaria, aunque está convencido de que “aún le quedan muchos lugares por fotografiar”.
Hombre de ciudad y enamorado de la quietud del mundo rural, la luz de Las Canteras “en invierno y con tormenta” o el Valle de Agaete confiesa que son lugares que no se cansa de fotografiar..
“Gracias a la fotografía podemos conocer más, y quien conoce es consciente de la necesidad de cuidar y proteger”, asegura, escapando cuando puede de ese paisaje idílico que se vende en los resort turísticos. Los años con Yuri Millares en Pellagofio han puesto en valor una Gran Canaria de otro color que bebe de sus bodegeros, come en los fogones de sus cocineros/as en un proyecto tan defensor como él del producto local de la isla.
“El mundo rural de Gran Canaria es inmensamente rico y hay muchísimas personas con un gran conocimiento”, que son embajadores de cada imagen, que construyen el relato de cada instantánea, porque detrás de cada disparo hay muchas horas de trabajo.
El mundo rural de la isla es inmensamente rico
Una ‘fotografía lenta’
Pocas personas quedan en Gran Canaria que Tato Goncalves no tenga en su archivo fotográfico, y cada foto y cada historia tiene nombre y apellidos, que recuerda entre momentos divertidos que aún años después le arrancan una sonrisa.
“Ahora hago fotografía más lenta”, como la define, y es que ser fotógrafo de prensa era “mas estresante” aunque igualmente emocionante.
La foto de Tato se cocina a fuego bajo, y es fruto de la paciencia, la observación, y la creatividad como ejercicio vivo con el que de reta a sí mismo buscando siempre algo diferente, aunque ya haya enfocado ese lugar otras veces. La fotografía es mirarlo todo de otra forma, y así hace con cada retrato, un género que le encanta.
Las manos siempre son un elemento crucial para Tato, pero el secreto está en la complicidad y eso es lo que le gusta de este género.
El secreto del retrato está en la complicidad
Conocer a la persona, acercarse a sus gestos, su personalidad y tratar de inmortalizarla en una imagen. “Siempre intento conocer a la persona antes, aunque sea 10 minutos”, y de esos instantes Tato Gonçalves desenreda el reto del retrato. En sus fotos hay miles de historias que no envejecen gracias al disparo de su cámara.
‘Ecoresponsabilidad’ para mantener los tesoros de la isla
Es un enamorado de Gran Canaria, y lo admite sin pensarlo. Su mirada y su archivo fotográfico guarda el secreto de una isla aún por descubrir. “Cuando sacas una buena foto, tienes 300 personas buscando ir a hacerla igual” asegura, por lo que apela a la “ecoresponsabilidad” y al igual que muchos, comparte que a veces hay que guardar el secreto de algunos de los rincones para que sigan siendo tesoros de la isla.
El arte bebe de ese tsunami creativo, incluso él, que “también aprendo”, confiesa. Lejos de verlo como una desventaja ve en este fenómeno una virtud. “Hay mucho talento” y hacer algo distinto cada vez es más difícil. Se ha abierto un mundo de inspiración, y la cámara es una gran herramienta, y para él su gran compañera de vida.
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Texto: Laura Bautista /
Fotografía a Tato: Arcadio Suárez